Imagen tomada el 8 de septiembre de 1945 de lo que quedaba de Hiroshima. / AP PHOTO/U.S. AIR FORCE |
44,4 segundos tardó Little Boy en hacer explosión
desde que salió de la panza del B-29 Enola Gay. En 30 minutos, el hongo
radiactivo sobre Hiroshima empezaba
a deshacerse. Pero sus efectos secundarios persisten 70 años después. Miles de
supervivientes son atendidos cada año por enfermedades relacionadas con las dos
bombas atómicas que EEUU usó contra Japón. Incluso, a medida que envejecen, los
conocidos para siempre como hibakusha (los bombardeados, en japonés)
desarrollan nuevas enfermedades relacionadas con lo que vivieron aquel agosto
de 1945.
En Hiroshima murieron al menos 80.000 personas el día de la
detonación. En Nagasaki, aunque la segunda bomba, Fat Boy, era más potente
que la primera, las muertes rondaron las 40.000. El desvío del artefacto de
plutonio y la topografía de la ciudad minimizaron las bajas. Como habían
previsto los científicos y los militares, la mayoría de las víctimas iniciales
sucumbieron a la onda expansiva, la energía térmica generada y la radiación
ionizante inicial. Muchos miles más murieron en los días, semanas y meses
posteriores. En total, unas 214.000 personas murieron por el efecto directo de
las bombas. Pero, lo que pocos esperaban es que su impacto duraría no unos años
sino décadas enteras.
"Los científicos que crearon la bomba sabían sin duda
de los efectos perjudiciales de la radiación y que la provocarían con
ella", dice el profesor del Instituto de Tecnología Stevens (EEUU), Alex
Wellerstein. "Pero, lo que no esperaban es que murieran tantos
japoneses por la radiación, ya que pensaban que todo aquel lo suficientemente
cerca de la zona cero de la bomba como para recibir una dosis fatal de
radiación moriría antes por el efecto del fuego y la onda expansiva. Sin
embargo, la realidad no siempre coincide con los modelos teóricos y entre el
15% y el 20% de las muertes se debieron a los efectos de la radiación",
añade este experto que prepara un libro sobre la historia nuclear secreta de
EEUU.
Los políticos, militares y científicos de la administración
Truman que trabajaron en la bomba querían que fuera definitiva, que empujara a
Japón a una rendición incondicional. Tras el ensayo exitoso deTrinity, la
primera bomba nuclear, en el desierto Jornada del Muerto (Nuevo México) unos
días antes, estaban convencidos de la devastación que provocarían Little
Boy y Fat Man.
De los varios objetivos propuestos,
hubo algunos en aquel grupo que querían tirar la bomba en la bahía de Tokio.
Una explosión de tal envergadura frente al palacio imperial y las ventanas del
Gobierno nipón les obligaría firmar la capitulación y las víctimas habrían sido
casi testimoniales. Sin embargo, ganó el ala dura. Si querían impresionar a los
generales japoneses y, de paso, al mundo entero, con el poder de EEUU en forma
de bomba, había que tirarla en una ciudad para que la destrucción y la
mortandad sirvieran de ejemplo. De forma algo macabra, Hiroshima y Nagasaki
formaron parte de una lista de ciudades objetivo que no había que bombardear
con armamento convencional o bombas incendiarias. Querían reservarlas intactas
para la bomba atómica.
Walter Oppenheimer, John von Neumann, Enrico Fermi y otros
científicos que participaron en la creación de la bomba tenían claros los
efectos de la radiación. De hecho, Oppenheimer preparó un documento con
instrucciones a seguir por los que lanzaran la bomba para evitar que les
alcanzara. Lo que no tenían tan claro es que sus efectos perdurarían durante
tanto tiempo. Es la paradoja cruel de Hiroshima y Nagasaki, como dice el
profesor de la Universidad de Manchester, Richard Wakeford, "lo
cierto es que los estudios con los supervivientes de la bomba atómica han
permitido conocer mucho mejor los efectos de la exposición a la
radiación".
Wakeford, junto a varios colegas de la Universidad de
Hiroshima y la Universidad Médica de Fukushima, han estudiado los efectos a
largo plazo de la radiación. La lectura de sus resultados, publicados
recientemente por la revista médica The Lancet, impresiona. El estudio sistemático de los
hibakusha comenzó en 1950, cinco años después de que fueran detonadas las
bombas. El primer estudio (LSS)
incluyó a 94.000 supervivientes que se encontraban en un radio de 10 kilómetros
de la zona cero de Hiroshima aquel 8 de agosto. Tras ampliar el radio y sumar
las víctimas de Nagasaki, la cifra fue aumentando.
Según cifras oficiales, en 2014, había 197.159 hibakusha
vivos. La cifra no incluye a los hijos de supervivientes concebidos después de
la bomba pero sí a unos 5.000 que aún estaban en el vientre de su madre cuando
estallaron Little Boy y Fat Man. Otros muchos murieron antes de
nacer. De los que nacieron vivos, una buena parte presentaban cuadros que eran
nuevos para la ciencia médica: aberraciones cromosómicas, electroforesis
(separación por campo eléctrico) de las proteínas o polimorfismos en el ADN.
El hongo radiactiivo empezó a disiparse 30 minutos después de la explosión /US NATIONAL ARCHIVES / HANDOUT (EFE) |
Solo tres años después de las
bombas, el número de casos de leucemia entre los hibakusha ya era superior al
de las poblaciones no expuestas y el aumento del riesgo relativo (comparado con
grupos de control) tendría su pico a los siete años. Los que eran niños en
1945, presentaron los mayores índices de leucemia de todos los supervivientes.
En cuanto a los distintos tipos de cáncer sólido (sarcomas, carcinomas y
linfomas, por ejemplo), el aumento de la incidencia se detectó a los 10 años.
El riesgo de sufrir un tumor se mostró además muy relacionado con la dosis de
radiación recibida.
La edad es un factor que interviene en la carcinogénesis,
así que el cáncer se fue manifestando con mayor fuerza a medida que los
supervivientes envejecían. Hoy, la media de edad de los hibakusha es de 80
años. Según la Cruz Roja Japonesa, de las muertes de supervivientes registradas
en el hospital de Hiroshima desde marzo de 2014, casi dos tercios fueron por
tumores malignos, destacando el cáncer de pulmón, estómago y leucemia.
El estudio preparado para The Lancet también
repasa otras enfermedades no relacionadas con el cáncer. Aquellos que
recibieron altas dosis de radiación presentaron y presentan una mayor
incidencia de daños en tejidos, problemas de riñón, infartos cerebrales,
alteración del sistema inmunológico o ataques cardíacos. Lo intrigante es que
esta mayor incidencia de estas patologías no aparece hasta después de 1980,
cuarenta años después de las bombas.
Incluso hoy, aparecen nuevas
enfermedades relacionados con la radiación. Un informe de la Cruz Roja destaca
cómo entre los más de 6.000 hibakusha tratados en los hospitales de Hiroshima y
Nagasaki en lo que va de año, están apareciendo problemas circulatorios. El
doctor Masao Tomonaga, también un hibakusha, experto en los efectos de la
radiación sostiene: "Hasta ahora, creíamos que no había conexión entre la
exposición a la radiación y las enfermedades circulatorias. Sin embargo, a
medida que los supervivientes envejecen, muchos de ellos sufren de ataques
cardíacos y anginas".
Y no solo les envenenaron el cuerpo, también el alma. Los
sucesivos seguimientos de los supervivientes muestran la alta incidencia de
ansiedad o estrés postraumático. En los primeros años, además, eran unos
apestados. Muchos de ellos sufrieron discriminación a la hora de encontrar trabajo
o casarse. Aún hoy, 70 años después, muchos hibakusha no se han recuperado de
la pérdida no solo de su familia o amigos, sino de toda su comunidad en apenas
unos segundos.