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Gendarmes franceses, en servicio de vigilancia en Andorra. / DV |
Los Pirineos constituyeron la línea que separaba la vida de
la muerte para quienes huían de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
Fueron miles las personas que consiguieron atravesarlos. Muchos también cayeron
en el intento. Ya en el lado español, paradójicamente, la seguridad tampoco
estaba garantizada
A lo largo de la historia de la humanidad en cualquier lugar
del planeta las montañas han constituido lugares de amparo o vías de escape
hacia la libertad, en la mayoría de los casos tratando de dejar atrás guerras y
persecuciones. La situación geográfica y la condición de vecinos han permitido
a los vascos ser testigos directos de ello en el caso de los Pirineos, sobre
todo durante el siglo pasado.
La cordillera siempre ha constituido una vía de escape en
tiempos convulsos. Para liberales, carlistas o republicanos en el XIX, para los
derrotados en la Guerra Civil una vez que Francisco Franco impuso su
superioridad militar y estableció su régimen, y, en sentido contrario, asimismo
acogió el camino hacia la salvación de quienes huían de los nazis y su persecución
deleznable, sobre todo hacia los judíos.
Fue precisamente durante la Segunda Guerra Mundial cuando la
cadena montañosa que separa España de Francia vivió un mayor tránsito de
exiliados. El perfil de los que intentaron atravesarla para llegar hasta nuestro
país era variopinto.
Desde 1939 a 1944 la cruzaron, además de judíos, soldados
franceses que se negaban a combatir, pilotos británicos derribados y militares
aliados que, una vez hechos prisioneros y huidos, pretendían reincorporarse a
la lucha, espías, traidores o simplemente refugiados. Miles de personas
trataron de evitar la represión encabezada por Adolf Hitler intentando penetrar
en territorio español con el objetivo de llegar luego a la neutral Portugal o
al peñón de Gibraltar para, desde allí, volar o embarcar hacia Gran Bretaña o
Estados Unidos.
Durante el verano de 1944, tras la liberación de París, se
detuvo el flujo humano transfronterizo de los refugiados y comenzó el de los
nazis, quienes, cuando la derrota parecía inevitable, intentaban llegar a
España en busca del amparo franquista o de una plataforma que les permitiera
viajar a Sudamérica para ser acogidos por los regímenes dictatoriales del cono
sur.
Hebreos
El principal colectivo entre las personas que abrieron un
sendero a través de los Pirineos para eludir el ánimo exterminador genocida del
Tercer Reich lo personificaron, lógicamente, los hebreos. Miles de niños,
mujeres, hombres y ancianos de esa religión trataron de encontrar la paz en el
lado español de la cordillera salvadora, reviviendo el milenario éxodo de su
pueblo.
Siguieron el camino abierto por algunos correligionarios que
habían llegado a España en la primera mitad de la década de los treinta, tras
la subida al poder de Hitler en 1933. En su gran mayoría eran alemanes, precursores
a la hora de ver el riesgo que entrañaba para ellos la política antisemita que
estaba poniendo en funcionamiento el führer. Ya en la península estos
precavidos lograron establecerse, rehaciendo sus vidas y sus negocios.
A partir de 1939, ya en guerra, el acoso a los judíos se
intensificó en media Europa, amparado en una legislación 'ad hoc' reforzada por
medidas policiales que la completaban contando con la complicidad de los
gobiernos títere de los países ocupados. Fruto de ello aumentaron las evasiones
a Suiza y a España, neutrales en el conflicto bélico. Por ello, fueron miles
los judíos originarios de Alemania o de países que cayeron bajo la bota nazi
como Austria, Polonia, Holanda, Francia o Bélgica los que llegaron a territorio
nacional tras cruzar los Pirineos.
Durante los dos primeros años del enfrentamiento mundial
pasar a territorio español resultó relativamente sencillo. Inicialmente, hasta
1940, entraron libre y legalmente exiliados que simplemente querían atravesar
España y dirigirse a otros países. Sin embargo, a mediados de ese año, la
situación cambió por la presión del Tercer Reich a Franco y muchos de los
hebreos que llegaron fueron expulsados de territorio español y devueltos en
gran medida a sus países de procedencia. La consecución de documentos en
embajadas y consulados españoles también se dificultó, hasta que finalmente se
dejaron de emitir.
Desde noviembre de 1942, momento en que los alemanes
ocuparon la Francia libre, las devoluciones de judíos se paralizaron porque los
nazis no los aceptaban. Desde entonces también se volvió muy difícil cruzar la
línea divisoria debido a los controles establecidos por los germanos.
Sin embargo, coincidiendo con la capitulación germana en
Stalingrado y el desembarco aliado en el norte de África, el régimen franquista
optó por alejarse del eje y comenzó a negarse a entregar a los refugiados
capturados con el fin de congraciarse con los aliados.
Al mismo tiempo, el despliegue de militares de la Wehrmacht
y de miembros de la Gestapo impermeabilizó la línea que separaba a muchos entre
la vida y la muerte. La mayoría de quienes fueron capturados acabaron en los
campos de exterminio. Los casos exitosos fueron puntuales hasta que en 1944
volvió a ampliarse la porosidad de los Pirineos.
Ochenta mil travesías
Algunas investigaciones cifran en ochenta mil las personas
que atravesaron los Pirineos desde Francia a España por los quinientos
kilómetros a lo largo de los que se extiende la cordillera. Muchas veces
tuvieron que superar, de noche y sin guías, puertos de hasta dos mil metros de
actitud. Muertes, congelaciones y accidentes fueron habituales.
Además, a las dificultades orográficas y climatológicas, que
ya por sí convertían el paso en una odisea y un drama, se unió la vigilancia a
un lado y otro de la frontera. En Francia, en un principio el control ejercía
la Gendarmería perteneciente al régimen colaborador de Vichy, que muchas veces
se contentaba con imponer multas permutables por un alistamiento en sus tropas.
Luego la Gestapo y soldados regulares alemanes llevaron a cabo grandes razias.
En España, la Guardia Civil era la encargada de vigilar la zona.
También se dio el caso de pasadores sin escrúpulos que, una
vez cobrado entre 10.000 a 15.000 pesetas de la época por sus servicios,
abandonaban a los refugiados a su suerte. Algunos de ellos eran meros
delincuentes que robaban y hasta asesinaban a sus clientes. Los saqueos a
judíos adinerados fueron considerables. También hubo quienes les delataban y
entregaban. Las situaciones trágicas abundaron.
Guías carentes de escrúpulos debió haberlos a lo largo de
toda la cordillera, pero la leyenda negra señala sobre todo a los andorranos.
Aseguran los lugareños que para muchos judíos su periplo acabó en el pequeño
principado, neutral en la guerra, y que una parte de sus idílicos paisajes
están salpicados de fosas olvidadas, donde yacen bajo rocas y nieve los restos
de quienes fueron asesinados para arrebatarles las joyas y el oro que llevaban
encima en su viaje desesperado. Paradójicamente, a los que habían confiado su
vida se convirtieron en sus verdugos. Las víctimas podrían elevarse a
quinientas.
Hay quien sostiene incluso que las fabulosas fortunas de
algunas de las familias andorranas se forjaron durante la Segunda Guerra
Mundial. Los rumores apuntan a que en algunos casos habrían surgido del saqueo
de los judíos a los que debían guiar.
Mugalaris
Por contra, los ‘mugalaris’ vascos fueron muy cotizados, no
sólo por sus prestaciones sino por su profesionalidad y la seguridad que
ofrecían en los pasos de Gipuzkoa y Navarra. Eran especialistas en sortear la
vigilancia en ambos lados del Bidasoa. Para ello estudiaban cada expedición
hasta el último detalle y optaban por los itinerarios más complicados porque
eran los menos vigilados. Estos pasadores eran grandes conocedores del terreno
porque habitualmente lo transitaban como contrabandistas y contaban con
refugios, en muchos casos bordas de pastores o incluso ermitas de montaña, que
utilizaban para poder dar descanso a los evadidos.
Muchos de los guías vascos estaban unidos a la red belga
Comète, fundada en 1941 por Dédée de Jongh y especialista en intruducir a
aviadores aliados. Los recogía allá donde habían sido derribados, los curaba si
estaban heridos, los escondía, los ayudaba a cruzar clandestinamente una
Francia ocupada y luego a surcar el río Bidasoa de noche. Más tarde les
conducían a Gibraltar, desde donde podían volver a Gran Bretaña.
Entre los pasadores que colaboraron con Comète destacaron,
entre otros muchos, Manuel Iturrioz, Alejandro Elizalde, Tomás Anabitarte o el
anarquista Florentino Goikoetxea, caído en 1944 ante las ametralladoras nazis.
Otros nombres que merecen ser recordados fueron Martín Errazkin, Kattalin
Agirre, Frantxia Usandizaga o José Manuel Larburu, que fue capturado y murió en
1944 en un campo de concentración nazi.
Sus nombres nunca han aparecido en enciclopedias, pero deben
pasar a la historia. Fueron protagonistas, aunque su discreción hizo que la
mayoría de ellos se llevaran a la tumba, en silencio, su heroicidad. Supieron
ofrecer una luz de esperanza a muchas personas que la necesitaban y dieron una
lección de dignidad humana a base de sacrificio, coraje, integridad y
compasión.
Unos lo hicieron por razones humanitarias, otros por sus
convicciones políticas. Eran antiguos combatientes republicanos que albergaban
la esperanza de que una victoria aliada significara el final del régimen
franquista. Fueron los menos quienes actuaron por motivación económica.
También son dignos de reconocimiento los vecinos anónimos de
las poblaciones fronterizas que con su ayuda desinteresada y cómplice
permitieron que muchos huidos salvaran la vida. Facilitaron sus casas para
ocultarlos, para que descansaran y se alimentaran. Hubo incluso médicos que
arriesgaron la vida por curar heridas, congelaciones o combatir el agotamiento
de los evadidos. También policías y guardias civiles que contravinieron las
órdenes de sus superiores para ayudar a que muchos inocentes se salvaran. La
mayoría de ellos continúan en el anonimato.
Desde hace unos años se celebra una travesía conmemorativa
organizada por amigos de la red Comète y el grupo de montaña Urdabur. Comienza
en la localidad de Ziburu, en Iparralde, y sigue la ruta que usaban los pasadores
para evacuar a los aviadores. Recientemente en Hernani se ha erigido también un
monumento en recuerdo de aquellos abnegados. Está ubicado en Osinada, el barrio
del que procedían muchos de ellos. En Cataluña, concretamente en la localidad
leridana de Sort, se ha habilitado un pequeño museo que recuerda el trabajo de
los guías.
Organizaciones internacionales
Entre los guías no vascos era muy conocido el anarquista
español residente en Toulousse Francisco Ponzán, que dirigía una red con
grandes ramificaciones y contacto con antifascistas de toda la cordillera e
incluso con miembros de la resistencia de Marsella. Su grupo trabajó siempre de
forma paralela a los servicios secretos franceses, belgas y británicos. Se
calcula que llegó a ayudar a tres mil personas.
Algunas de las redes de evasión incluso como la de Ponzán
estaban en contacto con los servicios de inteligencia británicos y
norteamericanos, que se encargaban de facilitar las vías de salida de España.
Actuaron a través de los Pirineos organizaciones como Wi-Wi, que tenía su
origen en Marsella y pasaba hacia España desde Perpiñán o Toulousse; la Combat,
la Françoise, la Marie Claire, la Burgundy, la Sabot, la Bret Morton, la EWA o
la AKAK.
La especialización entre ellas era tal que incluso hubo guías
que sólo pasaban a refugiados de una nacionalidad concreta. Otros únicamente
estaban al servicio de pilotos o de militares y también existieron quienes
trabajaban en un itinerario concreto.
Los pasadores también se encargaron de transportar
documentación para los ejércitos aliados establecidos en el norte de África y
Gran Bretaña, o destinada a gobiernos en el exilio establecidos en Londres.
También, los viajes de vuelta de las expediciones se aprovechaban para pasar
informes y dinero destinados a la resistencia.
Los evadidos judíos contaban, además, con la ayuda de
organizaciones caritativas hebreas establecidas a ambos lados de la muga. Entre
ellas destacó la Joint Distribution Committee, crucial para la recepción de los
refugiados y el restablecimiento de la vida de los supervivientes en los años
posteriores al Holocausto, tanto en Estados Unidos como en el nuevo Israel, por
entonces todavía un protectorado británico.
La Joint Distribution Committee se estableció en Barcelona
con la autorización del Gobierno franquista, cuando el Generalísimo había
decidido regresar a la neutralidad ante la evidencia del resquebrajamiento del
Eje. En la Ciudad Condal la organización estaba dirigida por el portugués
Samuel Sequerra.
Detenidos por el régimen
Entre el contingente que logró superar la barrera geográfica
unos 50.000 fueron detenidos a su llegada a España, donde recibían diferente
trato dependiendo de su procedencia y condición. La dictadura colaboraba con el
régimen nazi e incluso compartía su filosofía.
Por ello, algunos de los fugitivos fueron retornados a
territorio galo. Otros, eran detenidos y encarcelados en España. Tuvieron más
suerte aquellos a los que se permitió alojarse en fondas o pensiones, siempre
bajo vigilancia de la Guardia Civil y con sus gastos sufragados por consulados
extranjeros u organizaciones caritativas.
Además, la embajada de Berlín denunciaba reiteradamente a
los guías españoles y desenmascaba las redes de evasión, pidiendo al régimen
franquista la detención de los implicados bajo la acusación de delito de
introducción clandestina de extranjeros.
España recibió a los refugiados a su pesar y su política
acerca de ellos varió a consecuencia de los devenires de la guerra. Ocurrió
igual en el trato que deparó a los judíos residentes en territorio nacional,
muchos sefardíes con nacionalidad, o en el protectorado español de Marruecos.
Algunos de ellos llegaron a suicidarse ante el temor de ser entregados a los
nazis. Otros acabaron en prisiones o campos de concentración.
A otros les visitó la fortuna. La historiadora Émilienne
Eychenne defiende que Madrid llegó a alcanzar un acuerdo con Gran Bretaña para
la entrega de 20.000 refugiados, a cambio de fosfatos y certificados de
navegación que permitieran que la marina mercante española pudiera superar el
cerco de la Royal Navy.
Cine y literatura
No son abundantes las producciones del séptimo arte que se
han fijado en el paso de los Pirineos durante la Segunda Guerra Mundial.
Hollywood filmó en 1979 la película 'El pasaje', dirigida por J. Lee Thompson y
protagonizada por Anthony Quinn en el papel de un pastor vasco que, por encargo
de la resistencia, ayuda a un científico y a su familia a huir a través de la
cordillera. No tiene muchos valores cinematográficos, pero resulta interesante.
Sin embargo, el cine vasco nos ofreció de la mano de Fernando Bernués y Mireia Gabilondo la producción 'Mugaldekoak – Operación Cométe', que se centra en la historia de Irene Solaguren, la mujer del médico Manuel Larralde, que baraja la opción de colaborar con la asociación clandestina que ayuda a recuperarse a los aviadores británicos caídos en el frente, para que luego vuelvan a Inglaterra. Se estrenó en el festival de San Sebastián de 2010. ETB la ofreció como serie.
En el campo de los documentales las hernaniarras Iurre Telleria y Enara Goikoetxea recogieron las vivencias del ‘mugalari’ Florentino Goikoetxea en una producción sobre la red Comète que llegó a los cines con el título ‘El último paso’. Esta coproducción de 2011 entre España, Francia y Bélgica contaba con una banda sonora compuesta por Joxan Goikoetxea, familiar del protagonista.
El Canal 33 produjo en 2015 ‘Boira negra’ (2015), una serie documental que analiza la influencia de la Segunda Guerra Mundial en Cataluña. En uno de los capítulos se analiza el trabajo de los pasadores por los Pirineos y ante las cámaras varios antiguos guías reconocieron que los casos de violaciones y asesinatos de judíos fueron abundantes.
Sí es prolífica la obra literaria. Robert Belot, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Tecnología de Belfort-Montbéliard, fue uno de los primeros en analizar el paso de la frontera hispanofrancesa durante la Segunda Guerra Mundial en su obra ‘Aux frontières de la liberté: Vichy, Madrid, Alger, Londres’, que salió al mercado en 1998.
El mismo año la también investigadora gala Émilienne Eychenne, especialista en el tema de las evasiones de refugiados, publicó ‘Pyrénées de la liberté, les évasions par l’Espagne 1939- 1945’, que volvió a ser reeditado en 2000. Relata epopeyas de aquellos nómadas circunstanciales que durante la contienda buscaron afanosamente ponerse a salvo.
Entre los investigadores españoles destaca el doctor en Historia de la Universidad de Lleida Josep Calvet y sus obras ‘Las montañas de la libertad’ (2010) y ‘Huyendo del Holocausto’ (2014), mediante las que reconstruye historias personales y familiares de decenas de judíos atrapados por el terror mientras trataban de llegar a España y de las personas que les ayudaron a superar una barrera natural, aparentemente infranqueable por la impermeabilización a que se vio sometida desde ambos lados.
Sobre los supuestos asesinatos de judíos en Andorra existe un escabroso reportaje publicado por Elíseo Bayo en 1977 en la revista ‘Reporter’, antecesora de ‘Interviú’, bajo el título ‘Matanza de judíos en la frontera española’.
La labor de los vascos que actuaron de pasadores se analiza con rigor en ‘Mugalaris – Memoria del Bidasoa’, escrita por Anjel Rekalde en 1997. Asimismo, Juan Carlos Jiménez Aberasturi profundizó un año antes en el tema en ‘Vascos en la Segunda Guerra Mundial. La red Comète en el País Vasco’, en la que estudió los momentos más complicados que atravesó la resistencia vasca.
FUENTE: DIARIO VASCO (ANje Ribera) 12 OCTUBRE 2016