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Hitler junto al arquitecto Albert Speer (i) y el escultor Arno Breker, ante la Torre Eiffel, una imagen de Heinrich Hoffmann, fotógrafo personal de Hitler. |
Dos episodios históricos siguen dando forma a la imagen que
los franceses tienen de sí mismos: la Revolución de 1789 y la liberaciónposterior a la ocupación nazi en 1944. Pero no todos sus
antepasados fueron aguerridos sans-culottes y, aún menos, héroes
clandestinos de la Resistencia. Quienes se situaban en el bando contrario
fueron eliminados durante décadas de la memoria colectiva, con la vana
esperanza de hacer desaparecer ese incómodo recuerdo, hasta que la verdad
histórica terminó por resurgir. En el marco del 70º aniversario de la Liberación, Francia ha decidido ceder
tiempo y espacio para recordar a quienes colaboraron con el nazismo, a través
de una exposición que cuenta con 300 documentos inéditos.
En el Hôtel de Soubise, sede de los Archivos Nacionales, en pleno
Marais parisiense, el mariscal Pétain da la bienvenida al visitante junto a la
efigie circunspecta del mismo Adolf Hitler. La colaboración 1940-1945 es
una muestra de pasillos estrechos y escenografía oscura que permite recordar,
hasta el 5 de abril, lo sucedido durante el lustro que duró la colaboración con
la Alemania nazi. Lo hizo Francia acomodándose a las exigencias del invasor,
antes de abrazar su proyecto de civilización a través de una legislación
manifiestamente antisemita. El régimen de Vichy, fundamentado en valores como
"el trabajo, la familia, la patria, la piedad y el orden", excluyó a
los judíos de la vida en común, prohibiéndoles ejercer oficios como los de
funcionario, banquero, profesor, médico o artista. A partir de 1942, les obligó
a lucir la funesta insignia amarilla y participó en su exterminio en nombre de
la reconversión aria de Europa, con la deportación de 75.000 personas que
residían en el territorio francés.
Los cientos de documentos, en su mayoría desclasificados por
primera vez por las autoridades francesas, permiten reexaminar la actitud de
los autóctonos durante la ocupación y los distintos grados de implicación que tuvieron
en el avance del nazismo, desde el compromiso convencido e incondicional con la
causa hitleriana a un acercamiento circunstancial y no necesariamente sincero.
El objetivo es demostrar que el colaboracionismo pudo tener distintos grados,
pero también que en ningún caso se trató de un fenómeno marginal. "La
colaboración no fue solo política, sino también económica, administrativa,
policial, militar, ideológica y cultural. Vichy no fue una simple sucursal
alemana, sino un sistema plenamente francés, ligado a la tradición de la
extrema derecha local", afirma el historiador Denis Peschanski, comisario de la muestra y
uno de los grandes especialistas en el periodo. El comisario lleva tres décadas
investigando sus complejos mecanismos, así como sus repercusiones en términos
de memoria e identidad colectiva.
Peschanski desconfía ante quienes
sostienen que toda Francia fue colaboracionista, igual que de aquellos que
creen que todo el país sostuvo a la Resistencia. Más que esa minoría plenamente
implicada en cada bando –"que no sumaba más de un millón de personas en
cada lado", según el historiador–, el comisario se ha interesado por el
comportamiento de las masas. "Hubo quienes se acomodaron a las
circunstancias, pese a no ser colaboracionistas, básicamente por motivos
económicos. Y después están los que rechazaron las delaciones, pese a no
participar abiertamente en actos de resistencia, pero que fueron capaces de
decir no. Este último grupo fue, claramente, el mayoritario".
El itinerario es extenso y no se amedrenta ante los tabúes
históricos. Arranca en junio de 1940, cuando la Asamblea Nacional otorgó los
plenos poderes a Pétain, como recoge el acta constitucional que lo erigió en
jefe de Estado, presente en la exposición. "He estado con vosotros en los
días de gloria. Lo seguiré estando en los días oscuros. Permaneced a mi
lado", clamó entonces ante sus conciudadanos, como recoge una postal
conmemorativa. Además, la muestra recoge por primera vez fotografías inéditas
del encuentro entre el mariscal Pétain, su vicepresidente Pierre Laval y el
embajador alemán Otto Abetz a pocas horas del famoso apretón de manos entre
Pétain y Hitler en Montoire, a la orilla del Loira. El trayecto termina con algunos
de los 300.000 expedientes de purga política creados tras la liberación para
represaliar al colaboracionismo.
Entre los castigos ejemplares, figuraba la pena de muerte a Laval y la cadena perpetua a Pétain, desterrado
a un fuerte en
la Isla de Yeu, enclave de la costa atlántica convertido hoy en destino
turístico para burgueses izquierdistas. Sin ir más lejos, dos ministros de
Hollande veranean allí.
Entre el inicio y el final, se multiplican los ejemplos de
la violenta propaganda ejercida contra judíos y bolcheviques, además de
numerosas fichas de los servicios policiales, que recogían las delaciones
ciudadanas registradas durante esos cuatro años. Una carpeta contiene las
denuncias contra la familia Cohen cerca de la Bastilla. Otra, la referente a los
Blibaum en la rue Corbeau, y otra más, a los Bromberg en el barrio de
Belleville. Forman parte de las más de 250.000 fichas que la policía parisiense
aspira a desclasificar entre 2015 y 2019, al concluir el plazo de
confidencialidad de 75 años que contempla la ley. Decenas de documentos e
imágenes dan cuenta de ese régimen de terror cotidiano contra los judíos.
Recogen historias como la del médico que exige a la policía que interviniera
para evitar que su hijo se casara con su prometida judía. O como esa fotografía
que describe el cambio de propietarios de una tienda de bolígrafos en 1940:
"A partir del 1 de noviembre, la dirección será católica y francesa, igual
que el personal".
La exposición también se detiene en
la colaboración de los artistas. Contrariamente a lo que se cree, no fueron
minoría. Ni tampoco "vivieron en una soledad amarga y deshonrada",
como ya dijo Lucien Rebatet, autor de Les décombres, panfleto
antisemita que se convirtió en un superventas en los tiempos de la ocupación.
Además del conocido caso del escritor Louis-Ferdinand Céline, la
muestra refleja la implicación de Pierre Drieu La Rochelle, Paul Morand o Ramón
Fernández, que incluso fueron invitados por Goebbels al congreso de Weimar. El
resto de artes tampoco se quedaron cortas: un reciente documental televisivo
reveló el papel ambiguo que tuvieron personalidades tan conocidas como Maurice
Chevalier, Edith Piaf, Sacha Guitry o Coco Chanel.
La cultura popular francesa lleva años interesándose por el
fenómeno. Una serie de éxito, Un
village français, que ya alcanza la sexta temporada en la televisión
pública, se centra en esa muchedumbre sin etiqueta, a la que la historia en
mayúsculas no ha prestado suficiente atención. "Me interesa ese 95% de
ciudadanos que no se identificaban ni como resistentes ni como
colaboracionistas, que no eran ni monstruosos ni heroicos, sino simplemente
humanos", ha dicho su creador, Frédéric Krivine. Peschanski señala otros
ejemplos del ardor que este oscuro episodio sigue despertando entre los
franceses, como el último premio Nobel de Literatura, Patrick Modiano –premiado
explícitamente por "desvelar la vida cotidiana durante la ocupación",
según la Academia sueca– o el reciente escándalo originado por Le suicide
français, exitoso ensayo del polemista Éric Zemmour, decidido a rehabilitar al
régimen de Vichy, recordando que "salvó" a un 75% de los judíos
franceses y se limitó a deportar a los extranjeros, argumento habitual en las
filas de la extrema derecha francesa. Hoy supera las 300.000 copias vendidas.
"Más que un trauma histórico, la ocupación constituye una obsesión
francesa, porque se trata un capítulo definitorio de nuestra identidad como
pueblo", afirma Peschanski.